top of page

Cirandero

“Rueda mundo, rueda gigante, rueda molino, torbellino, trombo peón. 

El tiempo rodó en un instante, a las vueltas de mi corazón. 

Rueda mundo gigante, verde montaña donde encontré, 

a la pájara cantante, cianita de Ibagué.”

Falsa canción popular

 

Al bailar ciranda, juntamos mano a mano, escuchando esa y otras canciones que podemos inventar y cantar. Escuchar. Si vamos todas a cirandear, escuchamos, damos la media vuelta, vuelta y media volvemos a dar. Subimos y bajamos nuestros brazos enlazados, como si nos volviéramos olas, imitándolas frente al mar. Pajarita, el anillo que me diste, de piedra azul, se me rompió, el amor que me tenías, era tanto, pero se acabó. Ei cirandero, cirandero mira el faró, la piedra de tu anillo brilla más que el sol.

 

A la pajarita que canta ya fui faro, ya fui sol. Hoy ella brilla como estrella. Ella se peina, ella se espanta, ella que baila sin ser planta. Y ella canta sin garganta, sin desespero y sin esperanza, ni alegre ni triste, poeta, de la tierra y de la nada, del agua y del fuego, de la sonrisa discreta que baba, que intercambia confidencias con helechos, de esos que escurren del balcón del jardín como sábila/babosa.

 

Fundé mi rito en coros danzarines, un dios demonio, al hombre/mujer manifiesto, y desde niño supe, al escuchar a las sirenas, que el amor es el peor enemigo del amor, de llantos leves y emociones de certeza.

 

Pájaros aire, pájaro impar, pájaros silencio, parar, aterrizar, reposar, pájaro sonido, pájaros parados, pájaro ritmo, pájaros flotando, pájaro momento, pasar vuelo, pájaro par. 

Un par de pájaras raras como araras.

 

Y yo que no tengo alas, soy cargado por las que no vemos y no tenemos. Como el olfato que se perdió y luego volvió sintiendo perfume de gardenia y gusto de té de jazmín, revelando un rastro en la memoria de las plantas y los cristales de agua. Agua dulce, agua salada, agua del sereno y agua del amanecer.

 

Yo canto, cantemos lo que se olvidó, como un pájaro estrellado, como un pájaro borrado, en aquello del que soy No. A excepción cuando canto y excepto cuando me callo, dentro de lo que soy yo.

 

El pensamiento se parece a algo en vano, pero ¿cómo es que volamos cuando empezamos a pensar? Se va, no sobra, fluye, desangra, como cuerpo que se mueve en pura intuición y deseo. Seguimos pensando sin saber, sabiendo, que nuestras intuiciones y pensamientos no son nuestros. Son y no son. Son o no son. ¿Song o no song? Song cósmico.

 

Los pensamientos están en el mundo y no tienen dueños. El mundo da muchas vueltas y se parece a una colcha de retazos. Pensamientos revueltos, reutilizados, al azar relacionados. Experimentamos las consecuencias de los que fueron sembrados. 

 

De súbito me acuerdo del verde, el color verde, el más verde que existe, el más alegre, el más triste. El verde que vistes, el verde vestiste, pero no el verde que me diste. Los ojos de la culebra son verdes, fue solo hoy que percibí. Me hubiera dado cuenta antes y no amara a quien amé. Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura, ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde, bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. -Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. -Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. 

Crecí bajo un techo calmado, mi sueño era un pequeñito sueño mío. En la ciencia de los cuidados fui entrenado. Ahora, entre mi ser y el ser ajeno, la línea fronteriza se rompió.

 

Quiero decir que te amo. Quiero decir que me acabo. Hoy aún, ayer te quise desesperado. El deseo es afán de invención de nuevos mundos, de un nuevo acto. Hoy separados vivimos ese acto, que no sospechábamos cuando más nos deseamos. Quiero decirte de un recuerdo, el presentimiento de un recuerdo, que tendrás en el futuro, recurrentemente. No podemos asegurarlo, pero me contaste de ese presentimiento en una carta escrita en un video que no hiciste tu. Ahí quedó grabado. Creo que recordaremos de aquella época como la más feliz de nuestra vida. Y en el futuro, cuando yo ya no esté, intentarás recordar como se sentía. 

Hoy, que aún vivimos entre cosas cotidianas, ¿Te acuerdas de aquella época ilustre, cuando a tus pies tuviste la poesía? 

 

Detrás de este mundo verde hay una laguna azul. Allá en lo alto, después de esta montaña. Ayer en la mañana, me acuerdo, mañana la dibujé, ayer, tan bella, sin saber que escondía, que esconde, que siempre escondió y esconderá una misteriosa y mítica laguna repleta de ofrendas doradas de una época no tan reciente ni tan remota y tal vez ni tan dorada, sumergidas, escondidas para siempre, pequeñas ofrendas regaladas a la gran laguna, al amplio mundo oculto detrás del portal. Detesto a la falsa profundidad y no me gusta mucho la verdadera. Es de un efecto como otro cualquiera, obtenida por un procedimiento cualquiera. ¿Qué importa si esa laguna tenga 40 centímetros de profundidad o 40 mil metros? Es su brillo lo que nos encanta. Los dioses son invisibles, por eso vemos el mundo.

 

Para allá volamos, rasantes, prohibidos, sin sexo, sin alas, cargados por alas que no tenemos, como la flor laureada aquella, la de la sexualidad total, de la pan sexualidad sin géneros ni especies, en la que se mezclan incontables sujetos, incontables orgasmos y caricias jamás soñados, inaprensibles e imponderables. ¿Si somos inaprensibles en nuestra inmanencia, cómo seremos en la transcendencia?

 

Yo canto el sueño en la cama, del modo dulce y sereno. El canto. Suave. Ojos mojados, sin miedo del error maldito de ser un pájaro prohibido, pero que puede volar, con el poder de soñar.

 

Todo es misterio, en este breve volar. 

 

Pajarita, has mirado en mi alma, un regalo a lo eterno que hay en ti. Tu eternidad en mí la del amor largamente deseado en lo esencial de cada instante.

 

Cuando se ama así, se pierde, y cuando se pierde en el amar, se gana en el alma.

 

Yo canto. Yo solo canto.


​

Por Danilo Volpato
Con las cámaras de ecos, voces prestadas, mezcladas y relacionadas de Chico Buarque, Teca Calazans, Lia de Itamaracá, Wally Salomao, Federico García Lorca, Mauruce Merleu-Ponty y Emanuele Coccia.
bottom of page